Sueño una conversación romántica con mi amado cuando de pronto despierto por el molesto sonido de la ventilación o algo así. No estoy acostumbrada a esto. Paredes blanca, cortinas claras y ese sonido irritante. Es hora de levantarse. Intercambio unas palabras con mi amigo que, para su suerte, puede seguir durmiendo en este ambiente tan poco amable y continúo mi camino al computador. No se si escribir en inglés, español o inventar algo en sueco. No se en realidad a quién dirigirme. ¿A quién le escribo? ¿a la gente en Chile o a las personas que conozco acá en Suecia? No tengo la menor idea. Supongo que trato de escribir para cualquiera.
El español me acoge, es mi cable directo a mi país, a mis raíces. Es el idioma que hablo con mis amigos, mi familia. Pero el inglés me ayuda a sobrevivir en esta jungla. El inglés me conecta con esta gente, me hace pertenecer a un grupo. El sueco es un misterio.
La gente con la que mejor me he llevado es aquella con la que puedo hablar español. Por eso me caen bien los suecos que estudian español y les encanta, porque es la única manera de que podamos conectar.
El inglés lo uso todo el día, en el tren, en las clases, con los compañeros suecos y extranjeros, pero el verdadero momento que me siento plena es cuando hablo y enseño español. El español es la raja, creo que ahora me gusta más que nunca y me encargaré de que todo el que quiera aprenderlo lo haga.
Pienso todo esto mientras camino al paradero para irme a Lund. Tomo la micro y de pronto me siento en un asiento delantero totalmente ida con estas ideas en mi cabeza, cuando de pronto percibo que una mujer me está diciéndo: "ursekta! ursekta!", a lo que yo respondo con una mirada totalmente perdida, pero que al cabo de unos segundo interpreto (y recuerdo) como un "disculpe" -haciendo alusión al asiento en el que yo me encontraba-- el cual era especial para mujeres con coche, como ella.
"Disculpe", respondí idiotamente, a lo que la mujer contestó con indiferencia "tack".
Y es que el español me sale del alma.